Mosaic sorprendió el pasado E3 con una presentación prometedora. Llamó la atención por tratarse de una distopía que tiene más de actual que muchas historias basadas en hechos reales. Prometía dramatizar el día a día y hablar de cómo, en una sociedad cada vez más individualizada e individualista, las relaciones sociales comienzan a perder su significado ante la imperante necesidad de cumplir con unas obligaciones que nos deshumanizan.
La dura rutina de la vida adulta. Un modelo único y perenne que se permeabiliza hasta tratar de corromper lo que nos hace humanos para sentar unas nuevas bases: querer más, tener más y ser más. Compite encarnizadamente o abandona, sé un parásito. No sueñes, no imagines y no protestes; de eso va Mosaic.
Mosaic: el contenido y el continente
La crítica social es habitual en el cine y en la música, pero no tanto en el videojuego. Esta tendencia se corrige, por fortuna, gracias a la industria independiente y al mayor compromiso de las desarrolladoras. No se trata de fomentar una revolución, pero sí de hablar de los problemas evidentes de nuestro tiempo que quizás necesiten ser revisados.
Mosaic intenta ocupar ese nicho de mercado destinado al culto de los más críticos, pero se queda a medio camino. El título no es capaz de comprometerse al cien por cien con la idea que quiere desarrollar. Aun con bajas exigencias en lo jugable, se echa en falta alguna que otra mecánica más inmersiva que sea capaz de meternos en la historia.
El juego se divide en días. Cada uno de ellos debemos de peinarnos, colocarnos la corbata, lavarnos los dientes e irnos. Podemos sentarnos a ver un tiempo la televisión, pero, en un claro ejercicio de realismo, no nos aportará nada. Mientras estemos jugando a Mosaic, echaremos en falta tener que preocuparnos de otras necesidades básicas como la higiene o la vestimenta. Se simplifican demasiado algunas acciones que aportarían algo más a la sensación casi claustrofóbica de empezar una nueva jornada.
No es que Mosaic peque de falta de atrevimiento, pero sí que demuestra tener mucha ambición... demasiada. El contenido del título, el mensaje, muestra una calidad muy superior a su continente, el propio juego. Cuando una aventura de una duración aproximada de tres horas pretende hacernos sentir superados, hay que exigirle que explote sus mecánicas hasta la saciedad. Mosaic no termina de lograrlo y, la verdad, es una lástima.
La reflexión filosófica de Mosaic
En Mosaic contaremos con un smartphone que nos permite leer las noticias o echar un vistazo a los mensajes que nos envían las personas de nuestro entorno. El juego le da la vuelta a la problemática de los teléfonos móviles con una hipérbole mitad paródica, mitad crítica, sobre lo banal de nuestras costumbres. Tenemos una aplicación para ligar en la que podemos ver cómo somos rechazados a un ritmo escalofriante, también es posible echar un vistazo a nuestra cuenta bancaria e incluso comprar acciones para ver si somos capaces de salir de pobres gracias al mercado bursátil.
Las facturas son los barrotes de nuestra prisión y, con una cuenta bancaria que solo conoce los números rojos, se irán acumulando increíblemente rápido. El mundo de Mosaic trata de enviar un mensaje que habla sobre estar atrapado en lo cotidiano. De, en palabras de la poeta Alejandra Saiz: “Esperar a mañana porque lo que estás haciendo hoy no te llena”. De que la vida podría no ser lo que estamos haciendo en este momento y de que, por muy utópico que parezca, debemos despertar.
En cuanto a la crítica más combativa, Mosaic abraza las teorías de la Escuela de Frankfurt. Recoge todo su compendio de pensamientos sobre comunicación, razón y deshumanización para incluirlo en un título que, aunque se atreve a tratar conceptos como la alienación o el control, diluye su mensaje y su ataque la cultura de masas en un entorno que, pese a ser ingenioso, no termina por estar a la altura. Lo que podía haber sido sagaz y comprometido se diluye hasta crear una protesta homeopática en la que no queda nada de la idea original.
También la depresión
Lo cierto es que hay poco que reprochar sobre todo lo que Mosaic intenta. Además de comprometerse políticamente con un pensamiento o, al menos con un diagnóstico de los problemas sociales, también trata las consecuencias evidentes del ritmo de vida occidental.
La depresión y la ansiedad son enfermedades mentales que merecen toda la seriedad y que Mosaic trata con sumo respeto. Nos presenta a un protagonista alicaído, sin demasiada voluntad y que se mueve a dónde le lleva el rebaño con ritmo lento y dubitativo como si cada paso fuera una losa. Se percibe la duda y desde bien pronto queda claro que en esta aventura encararemos a un personaje que no tiene muy claro si lo que está haciendo es correcto.
El ritmo de vida está marcado por la necesidad. Tanto en Mosaic como en la vida tenemos que cumplir con nuestras tareas. Una infinita “checklist” que llevar a cabo desde el mismo momento en el que quitamos los pies de la cama hasta que nos vamos a dormir. La supresión de la voluntad comienza por culpa de los elementos externos, pero termina por convertirse en un bucle autoimpuesto difícil de parar.
Está es quizás la parte más brillante del título, su capacidad para transmitir lo que estas enfermedades, provocadas por motivos cualesquiera, puedan hacerte sentir.
Huyendo de la diversión
Mosaic sabe hacer las cosas bien y lo demuestra, pero utiliza metáforas tan sencillas como sus puzles, lo que termina por acabar con la posibilidad de crear un verdadero vínculo. Como juego, fracasa al no explotar todas sus posibilidades.
Es un título que ni quiere, ni debe divertirte, pero no se esfuerza lo suficiente en hacerte pensar o ponerte en la piel del protagonista. Más allá de partir con la ventaja de transmitir un mensaje prácticamente universal sobre lo desagradable de la rutina con el que es fácil sentirse identificado, no aporta ninguna novedad.
No se trataba de que terminara por volarnos la cabeza con aspectos excesivamente complejos, simplemente de que aprovechara sus herramientas de manera tan ambiciosa como pretende hacer ver.
Necesario, pero insuficiente
No todo es malo. En su favor juega un apartado gráfico que sabe brillar en los momentos en los que el título lo pide. Abrir el plano o cerrarlo por momentos para jugar con nuestros sentimientos y cambiar la forma en la que estamos viendo el mundo para abrumarnos constantemente. No está hecho para ser particularmente bonito, pero sí para sumergirnos en el mundo de manera espectacular.
Además, hay que valorar el intento. No se trata de salvar o criticar a Mosaic por una mayor o menor afinidad con el mensaje que transmite. Se trata de apoyar los videojuegos que buscan ser diferentes en un mercado en el que las pequeñas empresas lo tienen realmente complicado y en el que mirar hacia dentro no es una práctica agradecida.
La industria independiente cuenta cada vez con más títulos de esta temática y quizá la relativa costumbre a este tipo de contenidos ha hecho que queramos subir el listón. Mosaic es necesario y hace un esfuerzo loable por que podamos entender mejor el mundo que nos rodea. Por eso le castiga especialmente quedarse entre dos aguas, porque tras una experiencia como está, la indiferencia no debería ser una opción.
